El director alemán Robert Schwentke «responsable
de Red y las innecesarias secuelas de
Divergente» filma El capitán, su obra más personal hasta
la fecha. Galardonada con el
premio a la mejor fotografía en el pasado Festival de San Sebastián, la
película ha tardado un año en llegar a nuestras carteleras. El capitán,
basada en hechos documentados y ambientada en las últimas semanas antes de
terminar la Segunda Guerra Mundial, recrea la historia verídica de Willi
Herold, un joven soldado raso que huía de un grupo de nazis en busca de
desertores y que se hizo pasar por oficial nazi y, tras reunir a una banda de secuaces,
ordenó la ejecución de todos los prisioneros de un campo de detención para
soldados acusados de deserción, robo o asesinato y, en general, de un total de
170 de sus compatriotas. Su pequeña antihazaña le permitió convertirse en el
único soldado en ser condenado a muerte tanto por el Tercer Reich como por el
ejército británico.
Hasta ahora las películas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial hablaban del Holocausto o de los campos de concentración. Por lo tanto, podríamos decir que tenían una visión exterior de los acontecimientos que llevaron a cabo el imperio nazi. Sin embargo, El capitán es una obra atípica, dentro del género bélico, ya que no se puede incluir en la misma categoría que estas, ya que tiene esa visión interior. Una perspectiva que nos muestra, desde dentro, el derrumbe del infierno y los daños psicológicos que supuso la Segunda Guerra Mundial y el nazismo para el pueblo alemán. Ese instinto de supervivencia se ve reflejado en la figura de Willi Herold «con una interpretación muy medida, Max Hubacher logra transmitir una asombrosa naturalidad y realismo sin apenas esfuerzo», que al inicio lo vemos convertido en un pobre y desgraciado hombre asustado, perseguido por traicionar a su patria. Su vida no tiene ningún valor y no carece de poder y autoridad, y como adquiere dichos valores tras encontrarse un uniforme de oficial que sirve para fortalecer y realzar la figura de un hombre aparentemente condenado.
La película, rehúye el análisis psicológico, y no deja claro porqué el protagonista se comporta de manera tan sádica, ni se pregunta si ya era mentalmente inestable o si fueron los perjuicios de la guerra los que le hicieron de actuar así. O, simplemente, el uniforme lo convirtió en un monstruo o sirvió como objeto incitador que despertó al monstruo que siempre llevó dentro.
El capitán, filmada en un acerado blanco y negro «seguramente, la fotografía de Florian Ballhaus tenga intenciones estilísticas como la de suavizar el impacto visual de la cantidad de sangre y violencia que fluye por la pantalla», se trata de un cuento de terror que da mucho miedo, además contener unos diálogos e interpretaciones realistas y una violencia que bordea el absurdo y coquetea con la farsa. Schwentke combina lo hilarante de escenas como la de los soldados aullando al cielo como una manada de lobos o de oficiales que dan órdenes en calzoncillos con lo perturbador de un soldado caminando por un campo de esqueletos. El capitán es la obra mayor de un cineasta capaz de mostrar su lado más personal y sacar la oscuridad que tiene en su interior.
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