Esa admiración y esa nostalgia que Bayona ha declarado por Spielberg y Jurassic
Park se notan, y con Jurassic World: El reino caído rinde un digno
homenaje a la franquicia y al cine del maestro sin caer en lo obvio y ponerse
ñoño. Consigue así la entrega más sanguinaria y terrorífica de la saga, manteniendo
intacto el entretenimiento y añadiendo gratos tintes de terror gótico.
El director ha sabido perfectamente llevarse la historia a su terreno, ha
sido capaz de hacerla suya. La cámara se mueve con soltura y de tal forma que
no deja respiro al espectador, ya sea por tierra, mar o aire, la acción
transcurre de manera trepidante. Así que, no es de extrañar que esta entrega no
tenga guiños a anteriores películas del director como a Lo imposible en
el inicio y en la primera parte que transcurre en la isla Nublar, con esa cámara
situada en el interior del giroscopio hundido en el agua, minutos tan
agobiantes como claustrofóbicos. También nos puede recordar a El orfanato en
la escalofriante escena que tiene lugar por los pasillos de la mansión
californiana del Sir. Lockwood. Por último, la entrada del indoraptor en la
habitación de Maisie evoca indudablemente a la irrupción del monstruo en la
habitación de Conor en Un monstruo viene a verme.
Bayona ha sabido interpretar los factores que tenía a su favor, jugando
bien la baza y siempre innovando y aportando frescura a una historia que no es que
digamos compleja. Y con los factores que tenía en contra ha ido esquivándolos inteligentemente,
aunque en ocasiones haya tenido que tirar de patrón y recurrir a resoluciones
ya muy usadas para determinados problemas de la trama. Una historia con momentos tan cantados y otros no tan predecibles que logran un eficaz sobresalto en el espectador «pero claro, hay que preguntarse qué entrega no lo es».

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