Hace ya tres años que se anunció
la secuela de una de las obras maestras de Pixar, tendría como título Buscando a Dory y la historia giraría en
torno a ese simpático pez cirujano azul «el personaje más entrañable de Buscando a Nemo» que consiguió grabarse
en la memoria colectiva. Creo que no fui el único que se creó grandes expectativas,
a pesar de que últimamente a los estudios no se le daban especialmente bien la
secuelas «Ahí está Cars 2 para
corroborarlo». Aunque este efecto se anularía con la tercera entrega de Toy Story, y con la que Pixar demostró
que en una buena secuela no es tan importante el que consigan o no los
protagonistas su objetivo sino el cómo lo hacen o intentan.
Buscando a Dory es una agradable y entretenida aventura cuya originalidad radica en su ejecución: ritmo frenético, un guión con gusto por el detalle, un diseño brillante, unos golpes emocionales estratégicamente colocados y una fantástica galería de nuevos personajes, que incluye un pulpo misántropo y egoísta, al que le falta un tentáculo, pero con buen corazón «o mejor dicho corazones, exactamente tres» llamando Hank, una ballena beluga hipocondríaca o unos leones marinos pasivo-agresivos y superterritoriales.
Como conclusión final, decir que
esta secuela se queda un punto por debajo de su antecesora, pero que posee
cierto encanto, emociona en los momentos más conmovedores y hace de reír en los
más divertidos, y que quizá su principal problema sea que se conforma con
cumplir la función básica de todas las películas, la de entretener. Y una vez más,
el público no se debería conformar sino exigir más a Pixar, porque han demostrado
que son capaces de esto y mucho más.
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