Creo que a estas alturas no hay nadie que no piense que Denis Villeneuve es un monstruo del cine actual, unos de los mejores directores del momento. Quizá esto sea motivo más que suficiente para que Villeneuve se convirtiera en el director más idóneo para sacar adelante este proyecto tan arriesgado, que a priori no convencía a los más fans y en los que produjo ciertas reticencias.
Como ya demostró el año pasado con La llegada, el cineasta canadiense posee
un gran talento visual y narrativo. En Blade
Runner 2049, Villeneuve lleva ese talento hasta un nivel máximo, con la construcción narrativa tan potente que impone es
imposible no estar «las poco más de dos horas y media» subyugado por la
brutalidad y belleza extática de unas imágenes que, prácticamente, reformulan
la ciencia ficción contemporánea demostrando que el cine de autor y el blockbuster no siempre son términos
antagónicos.
Blade Runner 2049 nos propone un regreso a un futuro distópico donde los replicantes de la nueva y vieja generación conviven con los humanos en un mundo cada vez más hostil y decadente. En el que se hereda parte del imaginario de Ridley Scott «coches voladores, pantallas gigantes», así como el pesar metafísico de las I.A. ante su propia autoconciencia, digamos, mecánica. Con una elegancia visual realmente envidiable, las poderosas imágenes poseen tanta fuerza que son grabadas en nuestras retinas al momento, que son amenizadas por la música electro-wagneriana de Hans Zimmer. La atmósfera, además de tenebrosa, es polvorienta y la maravillosa fotografía de Roger Deakins dotan a las imágenes de una calidad óptima, cargándolas con una gran expresividad.
Blade Runner
2049 es un
espectáculo y una secuela dignos. Un producto cinematográfico totémico de gran
envergadura, que no conserva el lirismo de la de Scott, pero al que no hay que
dudarle que ofrece un excelente entretenimiento de primera fila.
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