Que nadie espere
ver una película de monstruos al uso, al estilo Godzilla o Pacific Rim. El cuarto largometraje de Nacho
Vigalondo se trata de una película de monstruos interiores, de
frustraciones infantiles, de desengaños alrededor de una chica desastrosa que
se coge borracheras monumentales. Es obvio que tiene terribles problemas,
tanto sentimentales como con la bebida «que tanto magnifica y que para ella son
tan grandes que tienen consecuencias trágicas, sobre todo para los habitantes
de Seúl», pero que además a la protagonista le cuesta crecer, no se hace a la
idea de que vivir es un doloroso proceso de renuncia.
Colossal funciona como un alegato contra el maltrato y la
demostración de que todos tenemos traumas de nuestra infancia, y que todo ser
humano puede convertirse en un monstruo. Pero, sobre todo, es una película sobre
una fémina fuerte, poderosa y capaz, muy capaz de coger la iniciativa y mandar
el pasado lo más lejos posible, posiblemente al país del olvido. Una comedia dramática
«más que romántica» de filiación indie y del kaiju-eiga, en donde los problemas internos se representan
como una lucha entre gigantescos monstruos que simbolizan la lucha interior entre
supuestos fracasos personales, envenenados regresos a la tierra natal y opresivas
relaciones tóxicas.
Nacho Vigalondo quizá ha
realizado su película más excéntrica y madura, un director al que cada vez más se
le nota que su cine evoluciona, coge cuerpo y nos va mostrando poco a poco su
verdadera identidad. Un cine hecho por historias nada comerciales, compuesto
parcialmente por ideas que a nadie se les pasaría por la cabeza «y que tampoco se les ocurriría», porque esto solo pasa en la cabeza
de Nacho Vigalondo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario