El primer largometraje de Salvador Calvo recoge el episodio histórico que se conoce como ‘El sitio de Baler’, que fue un asedio al que fue sometido un destacamento español por parte de los insurrectos filipinos en la iglesia del pueblo de Baler, en la isla filipina de Luzón, durante 337 días. Y no cuento lo que sucedió, porque creo que, a estas alturas, todo el mundo conoce ya esta historia que hizo aparición en forma de película y documental, e incluso una serie tan admirable y recomendable como El ministerio del tiempo de los hermanos Olivares hizo su particular y nada desdeñable representación de los hechos acontecidos entre 1898 y 1899, dedicándolos un capítulo completo.
Ha tenido que venir Salvador Calvo para quitarle el pestazo a rancio y el olor a cerrado de la versión de 1945 «en la que, como curiosidad, no se habla de desertores», y soplar algo de aire fresco a una historia que pese algunos pasajes dilatados y curiosos bandazos de amor-odio patriota, se queda en una más que digna representación de lo que fue ese amargo y último rayo de sol de lo que fue nuestro imperio. No es la guerra civil «¡menos mal!», pero si es un trocito de nuestra historia que merecía ser contada de esta manera tan buena. Tanto el director como el guionista se manejan con habilidad cinematográfica en el cliché, entremezclando elementos banales con otros interesantes en los que podía haber incidido más y a los que podía haber dado más importancia y profundidad, y que hubieran añadido más emoción a un relato que camina torpemente entre la corrección y la fidelidad, que se siente bastante impotente al no provocar ningún tipo de emoción ni sentimiento a un espectador que se queda impasible en su butaca las dos horas.
La película está bien narrada y bien hecha, pero la historia se podía haber contado en hora y media perfectamente, de no ser porque la película está innecesariamente adornada, con algunos adornos realmente intrascendentes. Un film bélico e histórico, revitalizado por un apropiado tono antibelicista, que trata no de héroes a ese medio centenar de soldados, sino de hombres, con sus dudas y sus miedos, y de un teniente cabezota, desconfiado y algo loco que encabezó aquel asedio suicida. El envidiable y estupendo reparto puede afectar tan negativamente al espectador, que al salir tenga la sensación de que la película es: reparto y solo eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario